viernes, 29 de abril de 2016

La Revolución y sus repercusiones


David Alfaro Siqueiros/ “Nueva Democracia/ Palacio de Bellas Artes
Hace –más de- 100 años se inició en México un movimiento armado que tenía como finalidad deponer al dictador que no había querido dejar el poder por otros medios. Décadas anteriores a la revolución, durante el movimiento mismo y en los primeros años de paz, hubo aspiraciones profundas de justicia social porque era de lo que más había carecido la mayor parte de la nación. Las esperanzas de las mayorías las interpretaron intelectuales y artistas que dejaron constancia en pinturas, murales, obras de Historia y literatura. Los compositores hicieron bellas piezas musicales y la garantía de que no sólo serían ilusiones, fue la constitución política de los Estados Unidos  Mexicanos.
El año de 1917 en que se redacta la constitución, es crucial  para México y para muchos otros lugares en el mundo. Es época de guerras y de conflictos ideológicos: liberalismo, comunismo, anarquismo, todo frente a dictaduras, monarquías e imperios que estaban por derrumbarse para que surgieran otros.
Los años posteriores a la lucha armada  no podrían haber sido   de tranquilidad y satisfacciones, debido a la pasada etapa de anarquía y destrucción de la economía y a los ajustes políticos que aún subsistían. No obstante, aún no resueltos los diferendos, la constitución ya estaba redactada y su espíritu recuperaba el compromiso de dar cumplimiento a las necesidades que reclamaba la revolución.[1]
Tal como lo plantea El Fisgón en su libro “LA DEMOCRACIA ME DA PEÑA: EL PRI Y SUS FRAUDES el dulce sabor de boca que dejó a los mexicanos la promulgación de la Constitución de 1917, fue bastante efímero, puesto que una vez que se hicieron las elecciones y tomó el poder el partido político que actualmente se conoce como el PRI, la constitución comenzó a ser violada. Lo que inició como un partido que defendía ideales liberales, rápidamente se dejó llevar por el capitalismo, de este modo algunos de los que se encontraban en el poder, no buscaban el Estado Benefactor*, sino satisfacer sus propios intereses, explotando al pueblo, un pueblo lleno de represión, miedo, pobreza  e ignorancia.
A lo largo de la historia política de México después de la Revolución, encontramos que esta se ha vuelto cada vez más algo así como un sector privado de la sociedad, es notable la falta de transparencia y rendición de cuentas por parte de gobernadores y presidentes del PRI. De acuerdo con lo que nos plantea El Fisgón, la estrategia de los políticos ha sido muy despreciable, sucia e injusta. Incluso cuando el PAN era el partido político a cargo de la presidencia, el PRI logró hacer que éste se “entregara” a sus términos y condiciones, puesto que el PAN no tenía experiencia en tal ámbito y además se encontraba en una total desventaja, ya que el resto de los cargos políticos estaban ocupados por militantes del PRI.
El PRI ha sabido cómo prevalecer en el poder e, insisto,  todas sus jugadas están muy bien planeadas, de modo que ellos son todos unos estrategas, lo vimos en el 68 con la matanza de Tlatelolco, en el 71 con el halconazo, en el 94 con el uso de grupos paramilitares contra el EZLN, en el 97 en Acteal, en el 2005 en Atenco, en el 2015 en Ayotzinapa,  y en muchos otros casos que no cuentan con demasiada documentación e impacto social. Hemos sentido su gran poderío a lo largo de aproximadamente tres décadas actuales, con el surgimiento de cárteles delictivos, narcotraficantes que se han encargado de realizar algunos “favores” a los políticos a cambio de poder ejercer libremente por todo el país.
En resumen, de acuerdo con lo leído en el libro “LA DEMOCRACIA ME DA PEÑA: EL PRI Y SUS FRAUDES, se puede concluir que en el ámbito político y económico, se obtuvo como resultado de la Revolución tuvimos la continuación del capitalismo y la introducción del neoliberalismo, dejando una economía delicada y dependiente, mientras que la política se volvió un terreno hostil y privado[2]
Metiéndonos un poco más al estudio de las consecuencias socioeconómicas de la Revolución, veremos los resultados de la reforma agraria.
La reforma agraria mexicana ha sido un proceso complejo y prolongado. La reforma tuvo su origen en una revolución popular de gran envergadura, y se desarrolló durante una guerra civil. El Plan de Ayala, propuesto por Emiliano Zapata y adoptado en 1911, exigía la devolución a los pueblos de las tierras que habían sido concentradas en las haciendas. En 1912 algunos jefes militares revolucionarios hicieron los primeros repartos de tierras. En 1915 las tres fuerzas revolucionarias más importantes, el constitucionalismo, el villismo y el zapatismo, promulgaron las leyes agrarias. La atención al pedido generalizado de tierras se convirtió en condición de la pacificación y del restablecimiento de un gobierno nacional hegemónico: la constitución de 1917 incluyó el reparto de tierras en su artículo 27. Desde entonces, y con sucesivas adecuaciones hasta 1992, el reparto de tierras fue mandato constitucional y político del Estado mexicano. Dicho reparto sigue siendo prerrogativa del Estado si se concibe la reforma agraria como un concepto más amplio que la mera distribución de la propiedad.
Durante el largo período que se extiende de 1911 a 1992 se entregaron a los campesinos algo más de 100 millones de hectáreas de tierras, equivalentes a la mitad del territorio de México y a cerca de las dos terceras partes de la propiedad rústica total del país. Según las Resoluciones Presidenciales de dotación de tierras, se establecieron unos 30 000 ejidos y comunidades que incluyeron 3,1 millones de jefes de familia, aunque según el último Censo Agropecuario de 1991 se consideraron como ejidatarios y comuneros 3,5 millones de los individuos encuestados. A fines del siglo XX, la propiedad social comprendía el 70 por ciento de los casi 5 millones de propietarios rústicos y la mayoría de los productores agropecuarios de México.
Las cifras agregadas reflejan la amplitud del prolongado reparto institucional de las tierras, pero no hacen justicia al complejo papel de la reforma agraria a nivel de toda la nación. La estabilidad, gobernabilidad y desarrollo de México en el siglo XX se sustentaron en dicha reforma y permitieron la construcción de un país predominantemente urbano, industrial y dotado de un importante sector de servicios. Pero la reforma agraria no logró el bienestar sostenido de la población, y los individuos a los que llegó viven hoy en una pobreza extrema. El desarrollo rural y agropecuario fue incapaz de responder eficaz y equitativamente a la transformación demográfica y estructural del país.
De resultas del crecimiento explosivo de la población mexicana durante el siglo XX, además de otros factores estructurales, el sector rural reformado quedó relegado a una posición cada vez más marginal. La población rural equivalía en 1960 a la mitad de la población del país; poco más del 50 por ciento de la población se encontraba ocupación en las labores agropecuarias. Esta proporción descendió al 25 por ciento en el año 2000. En ese año, más de la mitad de la población nacional vivía en ciudades de más de 100 000 habitantes, y el 75 por ciento de la población estaba empleado en los sectores secundario y terciario de la economía. La urbanización de la población estaba avanzada y era irreversible, pero quedaba una importante minoría campesina en condiciones de pobreza extrema, rezago y frustración. El progreso tocó marginalmente el campo pero no arraigó en él.
Entre 1940 y 1965 el crecimiento de la producción agropecuaria superó al crecimiento de la población nacional debido principalmente a la incorporación al cultivo y al uso agropecuario de las tierras que habían sido repartidas. El riego, el crédito, la mecanización, el uso de insumos agroquímicos, y en especial los precios administrados y la compra de las cosechas por el Gobierno - elementos en los que se hizo patente la diligencia del Estado -, pesaron menos que el esfuerzo de los campesinos por extender los cultivos hasta las fronteras de las tierras reformadas. En este período fue fundamental el autoconsumo de las familias campesinas de alimentos producidos con un alto coeficiente de mano de obra y escasos insumos comerciales. La producción de autoconsumo aportaba no sólo seguridad alimentaria sino también autonomía para reproducir las condiciones de existencia tradicionales. Importante era el ingreso monetario obtenido sobre todo por la venta de la fuerza de trabajo; pero la proporción de los alimentos comprados con ese ingreso era relativamente pequeña y menor de la que se obtenía con el autoconsumo.
El deterioro progresivo pero acelerado del sector rural se prolongó hasta 1992, cuando fue posible alcanzar un consenso suficiente, aunque distante de la unanimidad, para reorientar y dar dinamismo al desarrollo rural, y combatir la pobreza, el atraso y la marginación. La primera etapa de ese proyecto de reorientación de largo alcance fue la reforma del artículo 27 Constitucional en materia agraria, así como las leyes reglamentarias derivadas. La nueva versión del artículo se promulgó el 6 de enero de 1992, y unos meses más tarde se promulgó la Ley Agraria y la Ley Forestal[3]
Los cambios suscitados a raíz de la Revolución se reflejaron también en el terreno artístico. Desde las postrimerías del Porfiriato, algunos alumnos de la Escuela Nacional de Bellas Artes se habían rebelado en contra  de la rigidez académica inculcada por esta institución, buscando alternativas en corrientes pictóricas relativamente novedosas, como el impresionismo. Dicha inconformidad llegó a dar por resultado protestas que provocaron la huelga, y la disidencia con respecto a la Academia, la cual generó nuevas propuestas, como las escuelas al aire libre.
Un suceso muy significativo en relación a lo anterior, tuvo lugar cuando en 1910, con motivo de las fiestas del Centenario de la independencia, se inauguró una exposición de pintura española. Como protesta, estudiantes de la Academia de San Carlos mostraron una exhibición de obras de artistas mexicanos, costeada por ellos mismos.
Durante la Revolución, en la que participaron activamente algunos futuros muralistas, terminaron de fraguar los lineamientos del movimiento plástico. Entre ellos podemos citar la necesidad de creaciones artísticas colectivas, que en la etapa posrevolucionaria, al influjo  del avance de las ideas socialistas y comunistas en el mundo, dio lugar a la formación del Sindicato de Pintores, Escultores y Grabadores Revolucionarios de México.
Asimismo encontramos la inquietud por producir obras comprometidas socialmente con la realidad nacional, dirigidas al pueblo en general, en contraposición con el individualismo exquisito imperante en la etapa previa, que se ocupaba de los temas complacientes y extranjerizantes destinados al disfrute  de  las élites.
Surge así la intervención de un personaje determinante en el proceso, José  Vasconcelos, rector de la Universidad Nacional en 1920, y primer ministro de la recién establecida Secretaría de Educación Pública, se dio a la tarea de reunir artistas y seleccionar espacios públicos, en los que se desplegaría el nuevo movimiento pictórico.
Este respondería a los propósitos de conformar un arte nacional, tarea emprendida de manera desigual desde la Independencia. Además  debía adoptar un carácter monumental que satisficiera los requerimientos didácticos en consonancia con la política de educación federal propugnada por la recién creada Secretaría. Para ello, se debía contar con apoyo gubernamental, otorgado por Vasconcelos.
En cuanto a los artistas, convenció a pintores destacados que a la sazón se encontraban en Europa aprendiendo las grandes enseñanzas de los grandes muralistas del pasado, a la vez que conocían las tendencias vanguardistas de entonces, de colaborar con él en el magno proyecto. Tal es caso de Diego Rivera y David  Alfaro Siqueiros, a los cuales se sumó muy poco después José Clemente Orozco quien, aunque no había tenido la oportunidad de viajar al Viejo Continente, contaba ya con una sólida trayectoria. [4]
Actualmente, como consecuencia de la revolución mantenemos los ideales de lucha que impulsaron aquel movimiento. El máximo exponente que tenemos de ello es el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Gracias a la Revolución Mexicana, tuvimos durante cierto periodo de tiempo el petróleo, la electricidad y el desarrollo de la cultura en nuestras manos, sin embargo hoy con las reformas impulsadas por EPN, la iniciativa privada está tomando todo lo que por legitimidad le pertenece al pueblo
Creo que  hacer un análisis de cualquier periodo de la historia, nos ayuda a entender el contexto social y cultural de un sujeto o conjunto. Por mi parte a  través de la lectura especialmente de “La democracia me da Peña: el PRI y sus fraudes” pude entender algunos aspectos sobre el funcionamiento de la política mexicana, no puedo hablar de un entendimiento total, pero al menos entender la magnitud y la importancia de estar informados sobre el tema, si es un conocimiento adquirido.

*El Estado de Bienestar es un tipo  de pacto social en donde se estableció un reparto más equitativos de los beneficios y de la riqueza entre toda la población, En México se asocia con el Estado surgido de la revolución a partir de Lázaro Cárdenas y hasta José López portillo (http://historiaestadobenefactor.weebly.com/origen-y-caracteristicas.html)
[2] Barajas Durán, Rafael. La democracia me da Peña: el PRI y sus fraudes. México, D.F. Editorial El Chamuco y los hijos del averno.
[3] Arturo Warman. La reforma agraria mexicana: una visión de largo plazo  http://www.fao.org/docrep/006/j0415t/j0415t09.htm (Consultado el 22 de Abril de 2016)

 [4] Obtenido del documento 2Unidad2MexII. Historia de México. http://historiasusana.blogspot.mx/ (Consultado el 15 de Abril de 2015)

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